Jesús no busca en mí el perfecto que no sé si llegaré a ser.
Busca esa debilidad que es
en mí radical, originaria y ahí, desde mi fe, quiere
encarnarse como levadura, como sol,
como fuego y como espíritu dentro de la arcilla, como paz en
la tempestad. Esto es el
fundamento de mi confianza en él, de mi fe.
Dios no tira nunca la arcilla, nos vuelve a poner en el
torno, nos toma de nuevo en sus
manos, nos trabaja de nuevo con la suave presión de sus
dedos, con el calor de su
palma. Mi fuerza es la obstinación del alfarero ¡Eso es el
poder de la fe! Se basa en su
manía de confiar y amar al hombre.
Mi fuerza está en las manos del alfarero que me
sostiene
Lo dice muy bien Isaías: si no os abandonáis en mí, nunca
seréis firmes; no tendréis
firmeza.
Dios como un abrazo, como un apretón cálido y afectuoso. Un
Dios sensible al corazón,
percibido en el calor de la vida cotidiana.